«Para quienes visitamos el cementerio de Colón, de La Habana, la necrópolis significa dos momentos y estados de ánimo opuestos, según las circunstancias: cuando se trata de inhumar a un familiar, a un amigo o simplemente a un conocido, aquel enorme espacio abierto nos inunda de tristeza. Otras veces, sin embargo, cuando ir allí no es una obligación, sino una elección, caminar por sus calles, admirar la variadísima arquitectura e innumerables esculturas, incluyendo algunas verdaderas obras maestras y escuchar a los miles de pájaros que se sirven de sus muchas áreas verdes, nos trae una paz inmensa».
Estas palabras las encontré en la novela “Cicatrices”, de mi primo Armando León Viera y no solo me hicieron reflexionar, sino que me impulsaron a comprobar cuánto de vida, verdaderamente, se puede apreciar y disfrutar en el camposanto, última morada para tantos seres entrañables y que algunos ven como el reino de la muerte. De esa experiencia, que tan intensamente disfruté, nacieron estas fotos que hoy comparto con ustedes.